EL CUENTO DEL ELFO ENCANTADO
Érase una vez un Elfo encantado que correteaba por bosques, campos y montañas danzando entre jaras, romeros y enebros. Al elfo le encantaba andar siempre recogiendo raíces secas o ramas caídas, seleccionando con mucho amor aquellas que encontraba y trabajándolas luego con sus propias manos lijando y puliendo, puliendo y lijando, hasta hacer surgir sus dibujos y formas internas: brujas, puertas, corazones, símbolos… acababan brotando asombrosamente en la superficie de la madera.
Y es que él no lo recordaba pero durante cientos de años, y quizás cientos de vidas, ya había vivido en estrecho contacto con la naturaleza por lo que siempre llegaba a sus manos la rama más especial. Pero, además, el Elfo escogía los más bellos cristales para imprimir aún más magia a sus creaciones. Siempre sabía cuál era el cristal perfecto para cada rama o cada raíz y siempre los escogía desde el corazón, así que el resultado final era impresionante: brillantes, vibrantes y potentes Varitas, Cetros y Guardianes surgían de esta incomparable unión entre el reino vegetal, mineral y humano.
Y cuando cualquier persona sostenía una de esas varitas se emocionaba, porque podía sentir al corazón mismo de la tierra latiendo entre sus manos.
Al Elfo no le gustaba dejarse ver. Disfrutaba de ser anónimo y seguir corriendo libre por el campo. Pero yo le conocí una vez. Recuerdo que casi lloré cuando vi sus orejas puntiagudas, su mirada clara y limpia, su gesto inocente y su pelo algo enmarañado. Había oído hablar mucho de él pero nunca me había imaginado que aquel al que habíamos dado en llamar el Elfo se pareciese tanto a un Elfo!. Y fue ese día cuando la vida me demostró, una vez más, que la magia existe y que podemos encontrarla en cualquier parte.
Desde entonces mi casa se ha llenado de sus Varitas y aún hoy sigo maravillada de toda la luz que irradian. Si quieres conocerlas tú también adelante, estaré encantada de invitarte a descubrir el universo mágico del Elfo encantado: pincha aquí